viernes, 11 de diciembre de 2009

LA HISTORIA DEL VIEJO CARPINTERO

El le propone matrimonio en un arrebato de pasión y tal vez verdadero amor.
Alguien decide que finalmente se dedicará a su verdadera carrera y vocación:
la medicina.

Ella deja sus distracciones atrás, e ingresa al Instituto Bíblico con el
propósito de prepararse para misionar en algún remoto lugar del mundo. Un
adolescente toma la decisión de ser el mejor en el fútbol, y a partir de
ahora, trabajará muy duro para lograrlo.

Los dos esposos finalmente concuerdan en que ella no debe abortar, y tendrán
a ese hijo. Todos tienen un denominador común: decisiones fundamentales que
ahora parecen sencillas, pero afectarán su propio futuro e
inconscientemente, el de los demás.

El primero dejará de ser un soltero sin preocuparse por cuál jean usará el
sábado, para transformarse en el eje de una familia. Otro salvará cientos de
vidas en un hospital, desde una sala de emergencias. La chica que una vez
decidió prepararse en el Instituto, ahora predica en un rincón de Nueva
Guinea.

El otro es un reconocido futbolista y acaba de firmar un contrato millonario
para jugar en Italia. La pareja que una vez decidió no abortar, hoy escucha
a su hijo dar su discurso presidencial desde la Casa Blanca. Decisiones que
causan un golpe cósmico en algún lugar. Decisiones que afectarán
generacionalmente a otros.

Pequeñas decisiones que pasarán desapercibidas para cualquier escritor de
grandes acontecimientos, pero que con el correr del tiempo, se transformarán
en historia grande.

Yo tengo una historia, que habla de esas “sencillas” decisiones. Era una
fría mañana de mayo, y el hombre pasaba el cumpleaños más triste de toda su
existencia. Cumplía sus primeras cinco décadas de vida y el saldo no era
favorable. Su esposa había enfermado hacía unos cuantos años. No importaba
cuántos, habían sido eternos.

El hombre, de oficio carpintero, había visto cómo gradualmente el cáncer se
llevaba lentamente a la compañera de casi toda una vida. Era una enfermedad
humillante. ¿Cuándo fue la última vez que éste hombre de manos rústicas
había dormido toda la noche? Casi no lo recordaba. Todo se había
transformado en gris desde que el maldito cáncer llegó a casa. Su esposa no
tenía el menor parecido con la foto del viejo retrato matrimonial que
colgaba sobre la cama. Ahora solo era un rostro cadavérico, níveo, sin color
y por debajo del peso normal de cualquier ser humano.

“-Usted es una señora adulta- había dicho el médico-, váyase a casa, y…
espere.”.
El hombre, temperamental y de manos rudas, sabía lo que había de esperar. Lo
inevitable. Aquello que le arrebataría su esposa y la madre sus cuatro
hijos. Sin piedad, sin otorgarle unos años más de gracia. El putrefacto
aliento de la muerte parecía llenar la atmósfera con el pasar de los días.

La bebida era como una anestesia para el viejo carpintero. Por lo menos, por
unas horas no estaba obligado a pensar. Por el tiempo que durara la
borrachera, tendría un entretiempo en medio de una vida que no le daba
tregua. Había cualquier tipo de alcohol diseminado por toda la casa; en el
armario, la heladera, el garage, el galpón, y hasta una botella en el
aserrín de un viejo y enmohecido barril. Este era su cumpleaños. El hombre
festejaba un año más de vida y un año menos junto a su esposa.

El gemido de su esposa lo despertó del letargo.”-Recuerda- dijo suavemente
la mujer- que hoy estamos invitados a ir a esa iglesia…”
El hombre hizo un gesto de disgusto. El había sido luterano desde su niñez y
hacía años que no pisaba una iglesia. Apenas recordaba algunas canciones
religiosas en idioma alemán que se entonaban en su Entre Ríos natal. Pero el
pedido de su mujer no era una opción, era un ruego desesperado.

Tal vez el último deseo de quien lucha cuerpo a cuerpo con el tumor que se
empecinó en invadirlo todo. Un último intento por acercarse a Dios antes de
partir para siempre. El carpintero de las manos rudas y aliento a bebida
blanca, asintió con la cabeza. Irán a esa iglesia que su hijo mayor les
había hablado. Estaba un poco lejos, pero cuando el cáncer se instala en un
hogar, a nadie le importa el tiempo. Ya nadie duerme en la casa del
carpintero.

Esa noche, la del cumpleaños, el matrimonio llegó con sus dos hijos menores
a la remota iglesia evangélica de algún barrio de Del Viso, Buenos Aires. El
se apoyó en la pared del fondo y oyó el sermón.
“-Linda manera de festejar el cumpleaños” – habrá pensado.
Pero continuó allí con profundo respeto, viendo como su esposa lloraba
frente al altar.

El casi no oyó el mensaje, pero presintió que debía acompañar a su mujer, y
lentamente, el hombre que escondía botellas de alcohol en el aserrín, pasó
al frente. Los dos tomaron una decisión. Aceptaron a Cristo como su
suficiente Salvador. Una sencilla decisión que no pareció demasiado
histórica, y estoy seguro que muy pocos, esa noche, se percataron del
carpintero y su enferma esposa. Pero a ellos le cambió la vida para siempre.

Ella observó cómo el cáncer retrocedía lentamente hasta transformarse
milagrosamente en un mal recuerdo. El hombre se deshizo de todas las
botellas de alcohol y jamás volvió a tomar. Lo que comenzó como un mal día,
terminó con una decisión que afectan el futuro para siempre.

A propósito, la historia es real y ocurrió un primero de mayo de 1975. El
carpintero de las manos rudas jamás se hubiese imaginado que debido a su
buena decisión, no sólo se sanaría su esposa, sino también, algún día
afectaría a sus hijos. Su hijo menor, que por aquel tiempo tenía siete
añitos, hoy le predica a cientos de jóvenes y entre otras cosas, escribe
esta nota.

Eso es a lo que yo llamo una decisión generacional. Miles son afectados por
un sencillo paso al frente. Cuando decidas a qué te vas a dedicar, con quién
te vas a casar, o sencillamente pases al frente de algún altar a tomar un
nuevo compromiso con el Señor, recuerda que estás escribiendo la historia.
La tuya y la de los demás.

Hace poco les dije a mis padres que estaba profundamente agradecido por
aquel gris primero de mayo en el que tomaron la decisión más radical de sus
vidas. Les dije que cada joven que llegaba a oír mis mensajes, también le
estaban agradecidos.

Y les dije, además, que siento una tremenda responsabilidad, cuando tomo una
de esas “sencillas” decisiones como por ejemplo, el escribir esta nota.
Porque nunca sé a quiénes y a cuántos estoy afectando. Aunque de algo estoy
completamente seguro: a cada minuto de nuestras vidas, escribimos la
historia.

www.dantegebel.com

COMO LEEMOS EN ESTE ARTICULO NUESTRAS DECISIONES DE HOY HACEN ECO EN LA
ETERNIDAD. CADA COSA QUE ELIJO HOY DE UNA U OTRA FORMA AFECTARAN MI VIDA ,
LA DE MI ESPOSA , LA DE MIS HIJOS Y DE GENERACIONES . REVISEMOS QUE
DECISIONES ESTAMOS TOMANDO HOY Y QUE DECISIONES TODAVIA NO HEMOS TOMADO QUE
NECESITAMOS TOMAR


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